Llevo toda mi vida perdiendo a gente a la que llamaba amiga, pero no fue hasta hace poco cuando me di cuenta de que no sólo había perdido a gente, sino que me había perdido a mi misma.
Darme cuenta de eso me dolió mucho más que todas las otras pérdidas juntas.
Meses antes de darme cuenta, me estaba hundiendo a mi misma, intentando sostener lo que ya era insostenible.
Me estaba ahogando en mi propio entorno y me entró la necesidad de huir, de escapar de allí.
Y así es como llegué aquí, a mi nueva ciudad. Lejos de todo. Lejos de mi entorno, de mi zona de confort, de la gente que aún permanece a mi lado, pero sobretodo, lejos de mis fantasmas y de las cuerdas que me ataban.
Rompí la jaula y eché a volar.
Cuando llegué aquí venía con la esperanza de conocer gente nueva, de disfrutar, de cambiar mi entorno.
Pero sobretodo, vine con el objetivo de oxigenarme, de perdonarme a mi misma, de conocerme, de crecer, de encontrarme de nuevo y de quererme.
El primer objetivo lo conseguí, he conocido a tanta gente que creo que la parte de mi memoria que retiene nombres de personas está a punto de explotar.
Pero son eso, conocidos.
El crear vínculos me resulta un trabajo bastante complicado, tras varios años de experiencias fallidas.
Ejemplo de ello, el único vínculo que había conseguido aquí, en menos de dos meses se ha desvanecido como la luz de las farolas cuando amanece.
Pero por primera vez en mi vida, puedo decir que a pesar de eso, estoy bien.
Estoy aprendiendo a que me dejen de importar este tipo de despedidas, y estoy aplicando el lema de: "Quien quiera estar, que esté, y quien quiera marcharse, sabe dónde está la puerta."
He aprendido también a no buscar culpables de todo esto, ya no culpo a nadie, y lo más importante, ya no me culpo a mi misma.
Incluso quizás es lo mejor.
Quizás estaba confundida y la clave no es intentar querer a personas que no te quieren, sino aprender a quererme a mi misma.
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