Cuando llegué, apenas había amanecido y en el cielo aún se divisaban las estrellas colocadas entre los rastros que habían dejado las nubes, como si de un pentagrama se tratara.
Entré a mi casa y escuché el chirrido agudo de la puerta y el crujir de las ventanas a causa de la gran helada que había caído durante la noche.
Eché madera a la lumbre y mientras ésta ardía, me agachaba y la volvía a echar a un ritmo acompasado. Añadiéndole de vez en cuando el sonido del aire al salir del fuelle, también acompasado para que no se apagara el fuego.
Salí a sentarme en el banco de hierro de la entrada y ví cómo un tractor se aproximaba al campo de al lado a sembrar de madrugada. El ruido de su motor tenía un ruido constante y grave, y entonces, empecé a escuchar un goteo que caía sobre una chapa al deshelarse los tejados y caer el agua: "tic, tic, tic...".
Este pequeño tintineo acompañaba al ruido del tractor de fondo.
Poco a poco se iba asomando el sol por el horizonte y comenzaron a abrirse las persianas de todas las casas vecinas, una detrás de otra y alguna de ellas coincidieron en levantarse al mismo tiempo, mezclando así los diferentes tonos que provocaban, unos más graves, otros más agudos, pero siempre acompañando al tractor y al agua cayendo sobre la chapa. En una perfecta armonía formada de la casualidad.
Empecé a notar el frío de la mañana y para completar la armonía de la pequeña pieza que estaba presenciando, me froté las manos y di unas cuantas palmadas.
Se me hizo corta la mañana, pues ya era hora de preparar la comida y por fín entré al calor y confort de mi casa.
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